Ben Johnson
Como hoy el día no trae demasiadas noticias, por lo que mi trabajo es más bien escaso, voy a contaros la historia del otro gran escándalo de dopaje que sacudió el mundo del atletismo entre finales de los 80 y principios de los 90: el de Ben Johnson. Este nombre ha pasado a formar parte de la tradición cultural a la hora de hablar del doping, y a la mayoría de las personas que les gusta el deporte y que jamás han seguido una prueba de atletismo , por lo menos les sonará y muchos incluso sabrán contar parte de su historia. Vayamos con ella.
Benjamín Sinclair ‘Ben’ Johnson nació en Falmouth (Jamaica) el 30 de diciembre de 1961. En 1976, a la edad de quince años, se traslada a vivir con su madre a Canadá, concretamente a Toronto, y es allí donde empieza a prepararse a fondo como velocista. Con diecinueve años participa en sus primeras pruebas como profesional, llegando a correr incluso contra Carl Lewis, por aquel entonces ya campeón de Estados Unidos. Pero es en 1983 cuando debuta en unos Campeonatos del Mundo, llegando a disputar las semifinales. Un año después, el boicot comunistas a Los Ángeles’84, permitió a Jonson alcanzar un meritorio tercer puesto, igual resultado que cosechó con el equipo canadiense en el relevo 4x100. De nuevo, Lewis quedaba por delante de él en ambas pruebas, arrebatándole la gloria. Algo tenía que hacer para ser mejor que el simpático norteamericano.
Tres años después, en el Campeonato del Mundo de Roma en 1987, unos increíbles 9,83 segundos, coronaban a Ben Jonson como rey de la velocidad. Comienza a rumorearse que esta sorprendente evolución del atleta de color puede ser debida al consumo de esteroides, pero no se puede probar nada, y Lewis debe claudicar ante él.
Al año siguiente, la final de los 100 metros se antoja como una de las más interesantes de toda la historia de los Juegos Olímpicos. En Seúl 1988, se encuentran Carl Lewis, Dennos Mitchell, el británico Linford Christie y el propio Johnson. Cualquier cosa puede pasar. Y los imposible ocurrió. En tan sólo 9,79 segundos Ben Johnson se hacía con el oro y con el récord del mundo de la especialidad. Lewis y el resto de los rivales apenas aguantaron a su ritmo los primeros 20 metros de la final. El nuevo Bob Beamon había tomado las pistas de las Olimpiadas coreanas.
Sólo unos días después, la gloria para Jonson se esfumó. Un análisis de orina probó que el canadiense había consumido esteroides. Se le desposeyó del título, se le condenó a dos años de suspensión y pasó a convertirse en la bestia negra de todo lo que supusiese juego limpio en el mundo del deporte.
En 1991, el atleta volvió a las pistas. Su físico descomunal del pasado había desaparecido. Sus marcas distaban mucho de aquellas que le habían encumbrado. Aún así, en 1993 volvió a ser cazado en otro control antidopaje y fue inhabilitado de por vida. En 2003, un oficial de la lucha contra el doping norteamericano reveló unos documentos en los que se recogía que Carl Lewis había consumido la misma sustancia que Jonson, esteroides, en las pruebas de selección de los Estados Unidos, previas a los Juegos Olímpicos. El nuevo medallista de oro de Seúl’88 también era un tramposo, pero como no se pudo probar su consumo en esa competición mantenía el oro que sí le habían arrebatado a Ben Johnson.
Desde entonces, el canadiense siempre ha defendido que él sí que se había dopado (“He tomado pastillas de todos los colores, aseguró al juez que le juzgó por dopaje), pero que también lo hacían y lo siguen haciendo, los atletas norteamericanos, con el beneplácito de la Federación de Atletismo de los Estados Unidos.
Sea como fuere, Jonson se quedó sin el atletismo, probó sin éxito en otros deportes, como el Football o el fútbol, e incluso llegó a ser contratado como entrenador personal del hijo del presidente de Libia, Muamar Gadafi. Otra vida que la obsesión por triunfar en el deporte ha llevado al más triste de los fracasos.
Benjamín Sinclair ‘Ben’ Johnson nació en Falmouth (Jamaica) el 30 de diciembre de 1961. En 1976, a la edad de quince años, se traslada a vivir con su madre a Canadá, concretamente a Toronto, y es allí donde empieza a prepararse a fondo como velocista. Con diecinueve años participa en sus primeras pruebas como profesional, llegando a correr incluso contra Carl Lewis, por aquel entonces ya campeón de Estados Unidos. Pero es en 1983 cuando debuta en unos Campeonatos del Mundo, llegando a disputar las semifinales. Un año después, el boicot comunistas a Los Ángeles’84, permitió a Jonson alcanzar un meritorio tercer puesto, igual resultado que cosechó con el equipo canadiense en el relevo 4x100. De nuevo, Lewis quedaba por delante de él en ambas pruebas, arrebatándole la gloria. Algo tenía que hacer para ser mejor que el simpático norteamericano.
Tres años después, en el Campeonato del Mundo de Roma en 1987, unos increíbles 9,83 segundos, coronaban a Ben Jonson como rey de la velocidad. Comienza a rumorearse que esta sorprendente evolución del atleta de color puede ser debida al consumo de esteroides, pero no se puede probar nada, y Lewis debe claudicar ante él.
Al año siguiente, la final de los 100 metros se antoja como una de las más interesantes de toda la historia de los Juegos Olímpicos. En Seúl 1988, se encuentran Carl Lewis, Dennos Mitchell, el británico Linford Christie y el propio Johnson. Cualquier cosa puede pasar. Y los imposible ocurrió. En tan sólo 9,79 segundos Ben Johnson se hacía con el oro y con el récord del mundo de la especialidad. Lewis y el resto de los rivales apenas aguantaron a su ritmo los primeros 20 metros de la final. El nuevo Bob Beamon había tomado las pistas de las Olimpiadas coreanas.
Sólo unos días después, la gloria para Jonson se esfumó. Un análisis de orina probó que el canadiense había consumido esteroides. Se le desposeyó del título, se le condenó a dos años de suspensión y pasó a convertirse en la bestia negra de todo lo que supusiese juego limpio en el mundo del deporte.
En 1991, el atleta volvió a las pistas. Su físico descomunal del pasado había desaparecido. Sus marcas distaban mucho de aquellas que le habían encumbrado. Aún así, en 1993 volvió a ser cazado en otro control antidopaje y fue inhabilitado de por vida. En 2003, un oficial de la lucha contra el doping norteamericano reveló unos documentos en los que se recogía que Carl Lewis había consumido la misma sustancia que Jonson, esteroides, en las pruebas de selección de los Estados Unidos, previas a los Juegos Olímpicos. El nuevo medallista de oro de Seúl’88 también era un tramposo, pero como no se pudo probar su consumo en esa competición mantenía el oro que sí le habían arrebatado a Ben Johnson.
Desde entonces, el canadiense siempre ha defendido que él sí que se había dopado (“He tomado pastillas de todos los colores, aseguró al juez que le juzgó por dopaje), pero que también lo hacían y lo siguen haciendo, los atletas norteamericanos, con el beneplácito de la Federación de Atletismo de los Estados Unidos.
Sea como fuere, Jonson se quedó sin el atletismo, probó sin éxito en otros deportes, como el Football o el fútbol, e incluso llegó a ser contratado como entrenador personal del hijo del presidente de Libia, Muamar Gadafi. Otra vida que la obsesión por triunfar en el deporte ha llevado al más triste de los fracasos.
Publicar un comentario